Mejor no saber


     La muchacha abrió los ojos y se sintió apabullada por su propio desconcierto. No recordaba nada. Ni su nombre, ni su edad, ni sus señas. Vio que su falda era marrón y que la blusa era crema. No tenía cartera. Su reloj pulsera marcaba las cuatro y cuarto. Sintió que su lengua estaba pastosa y que las sienes le palpitaban. Miró sus manos y vio que las uñas tenían un esmalte transparente. Estaba sentada en el banco de una plaza con árboles, una plaza que en el centro tenía una fuente vieja, con angelitos, y algo así como tres platos paralelos. Le pareció horrible. Al lado de la fuente se encontraba un mástil, en cuya punta flameaba una bandera alemana.
     La mujer se puso de pie, se tambaleó pero se mantuvo parada. Volvió a mirar a su alrededor. Todo el lugar estaba vacío, y había un silencio increíble. El cielo era extraño. Verlo daba la sensación de encierro. Los faroles emitían una luz blanca tenue, que apenas iluminaba el espacio. Sonaba extraño, pero la luna no emitía luz, pese a estar presente.
     Los edificios eran grises o marrones, y parecían de ladrillo. Formaban una compacta muralla alrededor del parque sólo rota por una calle en la esquina izquierda, pero que la mujer no llegaba a ver bien. Había un solo auto estacionado, azul y lleno de polvo. Era como estar en una caja, con el cielo encerrador y la abrumadora arquitectura de aquel lugar. Era el infierno de cualquier claustrofóbico.
     La muchacha gritó llamando a alguien, a cualquiera, pero nadie acudió. Decidió calmarse y buscar la forma de salir de allí. Se miró a sí misma, pero no vio nada en particular excepto algo. En su antebrazo, tenía unos números negros marcados. 3882. La pobre no recordaba nada; se empezó a arañar la cara esperando despertar súbitamente en donde sea que viviera, pero nada ocurrió.
     De pronto, una voz resonó en el lugar, que decía:
     —Campo de prueba A3. Empezando prueba.
     La fuente se abrió como una flor y por ella asomó un globo de metal que no volaba.
     La mujer estaba estupefacta, no gritaba ni hacía nada. Sólo se quedaba allí, con una expresión de terror en la cara.
     La esfera tenía grabada una cruz, pero diferente. Sus puntas estaban dobladas. Era la esvástica.
     La bomba repentinamente explotó, y la mujer judía no sobrevivió.

Sin título


     Yo trabajaba en un lugar que odiaba; una mansión ridícula llena de viejos hipócritas y asquerosamente millonarios, a la que le decían “casa de gobierno”. Mi trabajo era, más exactamente, traducir los encuentros oficiales entre distintos presidentes. Ocasionalmente me utilizaban de embajador. Una de las veces que desempeñé ese oficio, me ocurrió algo extraño, inolvidable, que jamás nadie creyó.
     Me habían mandado desde Argentina a Egipto, para hacer un contrato económico de poca relevancia en el hecho. Para llegar debía atravesar el desierto de Sahara en camello, con un par de desagradables compañeros egipcios, Abraham y Jadis. El viaje era de tres días por el camino permitido, pero había unas mesetas llenas de cuevas oscuras por las cuales se podía pasar rápidamente.
     —Podríamos ir por aquellas cuevas; acortan el camino y nos protegen del sol —dije en egipcio, esperando a que aceptasen para arrojarme con todo hacia la fresca y tranquila sombra de las cavernas.
     —No se puede ir por allí, señor Varela, las cuevas están prohibidas por los dioses —dijo Jadis, asustado—. No tenemos mucha agua y hay un oasis cerca.
     —¡No puedo creer que sean tan cobardes! —exclamé fastidiado.
     —Si usted quiere ir, llévese su gato, un poco de agua y comida, y déjenos ir. No moriremos porque usted sea terco —repuso Abraham.
     Enojado, agarré bien la jaula de mi gato y fui a todo galope a la oscuridad. El lugar era frío y silencioso. Tras cuatro horas decidí acampar, comer y dormir. Mientras comía, oí un ruido fuerte proveniente de una grieta en la pared. Mi felino dio un salto y se metió en la rotura. Lo perseguí, pero al pasar, lo encontré muerto en el piso, con una gran lastimadura en el pecho. Grité al ver al atacante. Un gran caballo blanco como las nubes, con un cuerno filoso saliendo en la frente. En esos momentos, chorreaba sangre. Arremetió con las patas delanteras y me derribó. Me golpeé la cabeza con una piedra y me quedé medio ido, aunque noté que la bestia se retiraba a devorar a mi gato. Era evidente que había pensado que yo estaba muerto. Me acerqué por la espalda y le clavé mi cuchillo. En el colmo de la agonía, el animal aulló lastimeramente y luego falleció. Loco de miedo y dolor, me lancé a correr por las inmensas galerías sin pensar; sólo quería irme, volver a Buenos Aires y dejar todo.
     ¡Qué inmenso era ese infierno! Terminé agotado, acostado en una sala fría y sombría como todo lo demás. Levanté la cabeza. Yo mismo me devolví la mirada. Un gran espejo ocupaba toda una pared del recinto, la opuesta a la entrada. A todo lo que había pasado y los sentimientos que eso había provocado, debía agregar el pánico que experimenté al verificar que la salida no estaba. Era todo. Tres paredes, el techo, el piso y el espejo. Nada más. Una risa fría y cruel detuvo mis sollozos desesperados. Y la voz habló:
     —Varela, por impaciente murió tu mascota y vos estás bastante cerca del mismo destino. Hay una forma de salir de este cuarto, pero vos vas a tener que descubrirla. Tenés lo que dure tu vida para huir. Te dejaré verme como recompensa por haber asesinado a mi unicornio.
     Una figura negra apareció en la falsa caverna. Su cuerpo estaba cubierto por una túnica negra, con una capucha del mismo color. Su cara consistía en una calavera, con partes sangrientas. Sus ojos estaban apagados. Me alejé lo más que pude del espejo y, hecho un bollo en el suelo, me puse a llorar como un niño pequeño.
     Durante horas pensé, sin cambiar mi posición ni asomarme para ver si el fantasma se había ido. Pasé la noche en vela. Mi instinto era tratar de romper la pared, pero sabía que no funcionaría. Ante lo sobrenatural, sólo se puede responder con lo sobrenatural. ¿Y si…? Me puse de pie. El monstruo ya no estaba. Palpé el espejo. Era viscoso, como de gelatina. Tomé carrera, y salté con todo hacia aquella cosa asquerosa. Lo atravesé y caí sobre un suelo de piedra. Estaba en una caverna exactamente igual, sólo que con salida. En el espejo se veía la sala anterior. Salí. Tras varias horas de búsqueda, logré salir de la meseta. Afuera encontré a Jadis y Abraham.
     —¿Y, señor? ¿Encontró al “fantasma”? —preguntó Jadis sarcásticamente.
     Sólo pude negar con la cabeza.
     —Le dijimos que era un mito popular y no quiso escuchar. Bueno, sigamos.
     Un día más tarde, llegamos a destino.
     El mundo en el que estoy tiene varias diferencias. Estoy casado y la Argentina es un país rico. Viviré aquí lo que queda de mi vida, y al final trataré de volver. Sólo espero que cuando eso pase, no deba sufrir las consecuencias de la última vez.

El desierto fantástico


Había una vez un hombre llamado Martín al que  llamaron diciéndole que lo invitaban para averiguar si era verdad que existían los unicornios y los fantasmas. También existía  un espejo mágico que te hacia 20 años mas joven, si lo miras por un minuto seguido. Él era un detective e historiador muy famoso. El unicornio y el fantasma estaban ubicados en el desierto de Arabia y el espejo se encontraba en una cueva del desierto Sahara. Esos eran los dichos del gobierno de EE.UU. Martin aceptó el desafío .Viajó a Arabia en avión, por la noche. Llegó a la tardecita del otro día con mucho calor y mucha pobreza junta. El gobierno de Arabia no sabía nada del unicornio ni del fantasma. Martín descansó en un hotel muy lindo que ahí se alojaban los de Estados Unidos. El presidente quería el espejo para volverse más joven y el unicornio y el fantasma  para capturarlos y revisarlos. Se dice que al unicornio lo querían matar porque tenía sangre “multicolor” y la querían examinar. Martin viajó hacia el norte para descubrir si era verdad lo que decían los del gobierno o mentira. Estaba en el norte, llegó hacia aproximadamente 2 horas, el viaje duró 18 horas 30 minutos porque todos los habitantes desconfiaban de los estadunidenses. Viajaron muchas horas en camellos porque había mucha arena y se trababan. Ya se hacía de noche y los gobernantes estaban muy asustados menos Martin que ya había pasado por muchos cosas de éstas, el presidente empezó un poco a discutir con el historiador porqué él no quería dejarlo vivo al unicornio y Martín quería que siga viviendo. Eran las 12 de la noche y los del gobierno empezaron a partir para volver porque tenían mucho miedo, en cambio el solito siguió buscándolos. Una hora mas tarde vio a algo que se movía y escuchaban las patas del caballo que golpeaban contra él puso. Martin hizo al camello galopar que no es de su costumbre. Él tenía una red para atraparlo, lo encontró y lo agarró, lo atrapó y vio que era un unicornio chiquitito como un potrillo. El unicornio hablaba y le pidió a Martin que lo libere pero Martin le dijo que con una condición, que lo llenara a la cueva donde estaba el espejo que necesitaba el presidente. Martin tenia solo a la mama, el papa se murió antes de sida, la madre tenia 93 años y se estaba por morir. El unicornio lo llevó hacia la cueva, en el camino se encontraron a un gato que les dijo que en la entrada de la cueva había un fantasma que no dejaba entrar a nadie. Llegaron a la cueva y el fantasma se fue, el gato y el unicornio lo asustaron, solo el unicornio y el gato podían ver al fantasma, Martin no podía.
Entraron y encontraron el espejo, lo agarró rápido y se despidió de los animales, dejó libre al unicornio y le dijo que se vaya lejos porque lo querían matar. Viajó varias horas en el camello hacia la ciudad y después Martin pensó que le podía dar el espejo a su mama así vivía 20 años más asegurados, se dio la vuelta y marcho hacia el aeropuerto. Tuvo que esperar horas en el aeropuerto.  Se lo presentó a su mamá y quedo feliz y 20 años más joven, le ofreció irse a vivir a Francia para que los de EE.UU no hagan ningún lío en buscarlos ¡Y vivieron felices 20 años más!

El demonio infeliz


Aquí: La muchacha abrió sus ojos y se sintió apabullada por su propio desconcierto. No recordaba nada. Ni su nombre, ni su edad, ni sus señas. Vio que su falda era marrón y que la blusa era crema. No tenía cartera. Su reloj pulsera marcaba las cuatro y cuarto. Sintió que su lengua estaba pastosa y que las sienes le palpitaban. Miró sus manos y vio que las uñas tenían un esmalte transparente. Estaba sentada en el banco de una plaza con árboles, una plaza que en el centro tenía una fuente vieja, con angelitos, y algo así como tres platos paralelos. Le pareció horrible. Se incorporó e intentó tranquilizarse. Pensó; 2+2 = 4. Azul, rojo y amarillo. León y pez. Argentina, Japón y España. Mamá Camila, papá Jorge y hermano Peter. Casa blanca, tejado rojo y ventanas con cortinas verde limón. Tenía todos sus recuerdos intactos. Su hogar, su aprendizaje y su familia. Pasó a reconocerse. Por lo visto, tenía el cabello suave y rubio, manos delgadas y finas, labios carnosos y era flaca. Intentaba verse reflejada en un recuerdo, pero nada. Era todo lo que sabía de ella.

Allí: Los padres de Erika llegaron volando al hospital. Su cara al entrar a la habitación fue horrorosa. Ahí estaba, ella, con su hermoso cabello rubio, llena de vendajes, y en coma. Camila se acercó al médico, preguntándole que había ocurrido. Él, con cara de dolor, intentó explicarles lo mejor que pudo que, Erika, había salido en coma del accidente entre el colectivo 108 y un camión de mudanzas, y que no veía progreso.
Aquí: Después de un rato, la muchacha estaba recostada sobre el pasto rogando que algo ocurriera. Aunque solo fuera el movimiento de una nube, cualquier cosa estaría bien. Pero nada. Pasaban las horas, y ella seguía allí, acostada. Hasta que al fin ocurrió. Una luz enorme y brillante se acercaba a ella. Sobresaltada, se paró de golpe y cayó hacia atrás. La luz, que ya estaba a solo dos metros de ella se detuvo, y a continuación, le dio unas gafas.
-Hola Erika, quiero que sepas, que estás aquí por un importante motivo. ¿Sabés cual es?
Estaba muda, aunque feliz, porque tenía un dato muy importante. Su nombre, Erika. Se puso las gafas con mucho cuidado. Y automáticamente, la bella plaza, se convirtió en un calabozo, y ese extraño ser de luz, en un demonio escuálido y sombrío.
-Prosigo- comentó el demonio –Esto sería como una prueba, tu debes ir averiguando más datos tuyos, aparte de tu nombre, claro, mientras el tiempo pasa en tu hogar. ¿Cómo lograrás eso? Simple, te iré dando pequeños fragmentos de recuerdos. ¿El propósito? Quiero divertirme un poco. Ah, y por cierto, cuando terminas de recolectar tus datos, podrás volver.
Le dio una pequeña esfera opaca y se fue. La joven, se sentó en una oxidada banca y con mucho cuidado la sostuvo entre sus manos. Estaba tibia.
Allí:
-Doctor… ¿Va a estar bien?- preguntó Jorge.
-No puedo decírselo con exactitud, varios de estos casos han fracasado. Lo único que puedo recomendarle es que no la abandonen JAMÁS.
Se hizo silencio en la habitación. Los padres de Erika, se sentaron y pasaron horas, acariciando y contándole cuentos a su hija. El médico se lamentaba, se sentía triste por no poder ayudar en nada. La calma permaneció en la sala, hasta que llego Peter…
Aquí: Después de un rato, Erika ya no tenía de que hacer con la esfera. Le había susurrado, la había frotado, mojado, pero nada. Se estaba levantando cuando su mano dejó caer la esfera en el suelo. Una lluvia de trocitos de cristal rojo estaba esparcido por el piso. La muchacha, que estaba ya de antemano angustiada, se puso a llorar mientras pensaba juntar el desastre. Pero no pudo hacerlo, porque apenas toco un pedacito de cristal, cayó en un profundo sueño.
Allí: Se armó un revoltijo, Peter estaba demasiado histérico como para poder tranquilizarlo. No había palabras que lograran calmarlo. Parecía un pobre niño perdido y atemorizado, que lo único que hacia era buscar respuestas que jamás encontraría. En consecuencia, lo que Peter había entendido al respecto, hizo que se enojara aún más de lo que estaba, repitiendo “NUNCA DESPERTARÁ, DEJEN DE DARME ESPERANZAS” mientras se iba corriendo a esconderse en un baño.
Aquí:
-Ehh… ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?- pensaba Erika.
El lugar donde ahora se encontraba, era como en una especie de burbuja, rosa pálido, con bellos aromas y una tenue luz. Comenzaron a introducirse varios recuerdos en su mente; Ella a los cinco años con su hermano tomados de la mano, ella vestida de dama antigua en un acto del colegio, ect. Así estuvo varias horas antes de despertar de nuevo en su lúgubre celda. ¡Estaba de maravilla! Tenía muchísimos datos; tenía ojos verdes, era muy inteligente, actualmente tenía quince años, amaba la música y los animales, era alta y pálida, ect. Fue en ese momento en el que se dio cuenta que estaba lista, así que llamó al demonio, que llegó entre carcajadas, pensando en que le diría cuando le devolviera la hoja en blanco.
-Toma, aquí debes escribir todo lo que sepas sobre ti- y le entregó un papel -¡Suerte!- dijo irónicamente y se marchó.
Ella estaba entusiasmada, a lo que llenó la primer carilla rápidamente.
-¡LISTOOO!- gritaba contenta la joven.
-Jajajaja, si, déjame ver…
La cara del demonio se desfiguro al ver toda la hoja llena de palabras por todos lados.
-Bueno, esta bien- dijo enfadado –puedes volver- y repentinamente le pegó un martillazo en la cabeza.
Allí:
-¡PETER! ¡PETER! ¡PEEEEEETEEEEEEEER! – exclamaba Camila –¡Está despertando!
Peter llegó en menos de un parpadeo al lado de la camilla.
-¿Es verdad papá? ¡¿¡¿ES VERDAD?!?!?- estaba llorando de alegría.
-Oh Erika, mí querida Erika…- decía Jorge.
Era verdad, estaba despertando, y ya no sentía el frio de la celda, ni la humedad de las paredes, solo amor y cariño.

El rompecabezas


Una joven, llamada Jennifer, caminaba por el desierto de Sahara, buscando agua, cuando se topó con: un unicornio, un espejo, un gato y un fantasma. El gato repetía: Pelo, pelo, pelo, pelo… El unicornio tenía los ojos cerrados. El fantasma se retorcía. Y el espejo, reflejaba todo el desierto, menos al unicornio, el gato y el fantasma. Era una situación muy rara, y estaba sedienta, por lo que pensó que lo mejor sería esfumarse de ahí. Pero decidió quedarse. Intentó acariciar al gato, a lo que este le gruño. Se alejó. Intentó con el unicornio. Ni si quiera abrió los ojos, parecía que estaba en trance. El fantasma le daba miedo a si que ni se acercó. Y ahí quedó. Se tiró al suelo a descansar y pensar que era lo que estaba pasando. Empezó a jugar para no aburrirse: “A: abeja, B: boa, C: calamar, ect.” Luego comenzó a cantar: “¡La flauta, la flauta tocaba una canción! ¿Por qué tocaba una canción la flauta? ¡Porque era una flauta loca, tremenda, y chiripitiflautica!” La palabra chiripitiflautica resonó por todo el desierto. El unicornio había despertado. El suelo comenzó a temblar y el unicornio les preguntó cuales serían sus deseos. El gato empezó a ronronear alrededor de él, y el fantasma dejó de retorcerse.
-¡Ah, si! ¡Quieren que los libre de su maldición! Creo que ya han aprendido la lección. Y a usted, señorita, gracias por despertarme del trance. ¡Jamás pensé que alguien fuera a decir esa palabra!
De repente, el gato comenzó a crecer hasta quedarse completamente pelado, y todo ese pelo, fue a parar al fantasma. De a poco el gato y el fantasma se fueron convirtiendo en humanos, gemelos para ser exactos. Los tres quedaron felices y uno a uno, empezando por el unicornio se fueron introduciendo en el espejo, que ahora era una pintura de un bello cuento de hadas.