Aquí: La muchacha abrió sus ojos
y se sintió apabullada por su propio desconcierto. No recordaba nada. Ni su
nombre, ni su edad, ni sus señas. Vio que su falda era marrón y que la blusa
era crema. No tenía cartera. Su reloj pulsera marcaba las cuatro y cuarto.
Sintió que su lengua estaba pastosa y que las sienes le palpitaban. Miró sus
manos y vio que las uñas tenían un esmalte transparente. Estaba sentada en el
banco de una plaza con árboles, una plaza que en el centro tenía una fuente
vieja, con angelitos, y algo así como tres platos paralelos. Le pareció
horrible. Se incorporó e intentó tranquilizarse. Pensó; 2+2 = 4. Azul, rojo y
amarillo. León y pez. Argentina, Japón y España. Mamá Camila, papá Jorge y
hermano Peter. Casa blanca, tejado rojo y ventanas con cortinas verde limón.
Tenía todos sus recuerdos intactos. Su hogar, su aprendizaje y su familia. Pasó
a reconocerse. Por lo visto, tenía el cabello suave y rubio, manos delgadas y
finas, labios carnosos y era flaca. Intentaba verse reflejada en un recuerdo,
pero nada. Era todo lo que sabía de ella.
Allí: Los padres de Erika
llegaron volando al hospital. Su cara al entrar a la habitación fue horrorosa.
Ahí estaba, ella, con su hermoso cabello rubio, llena de vendajes, y en coma. Camila
se acercó al médico, preguntándole que había ocurrido. Él, con cara de dolor,
intentó explicarles lo mejor que pudo que, Erika, había salido en coma del
accidente entre el colectivo 108 y un camión de mudanzas, y que no veía
progreso.
Aquí: Después de un rato, la
muchacha estaba recostada sobre el pasto rogando que algo ocurriera. Aunque
solo fuera el movimiento de una nube, cualquier cosa estaría bien. Pero nada.
Pasaban las horas, y ella seguía allí, acostada. Hasta que al fin ocurrió. Una
luz enorme y brillante se acercaba a ella. Sobresaltada, se paró de golpe y
cayó hacia atrás. La luz, que ya estaba a solo dos metros de ella se detuvo, y
a continuación, le dio unas gafas.
-Hola Erika, quiero que sepas,
que estás aquí por un importante motivo. ¿Sabés cual es?
Estaba muda, aunque feliz, porque
tenía un dato muy importante. Su nombre, Erika. Se puso las gafas con mucho
cuidado. Y automáticamente, la bella plaza, se convirtió en un calabozo, y ese
extraño ser de luz, en un demonio escuálido y sombrío.
-Prosigo- comentó el demonio
–Esto sería como una prueba, tu debes ir averiguando más datos tuyos, aparte de
tu nombre, claro, mientras el tiempo pasa en tu hogar. ¿Cómo lograrás eso?
Simple, te iré dando pequeños fragmentos de recuerdos. ¿El propósito? Quiero
divertirme un poco. Ah, y por cierto, cuando terminas de recolectar tus datos,
podrás volver.
Le dio una pequeña esfera opaca y
se fue. La joven, se sentó en una oxidada banca y con mucho cuidado la sostuvo
entre sus manos. Estaba tibia.
Allí:
-Doctor… ¿Va a estar bien?-
preguntó Jorge.
-No puedo decírselo con
exactitud, varios de estos casos han fracasado. Lo único que puedo recomendarle
es que no la abandonen JAMÁS.
Se hizo silencio en la
habitación. Los padres de Erika, se sentaron y pasaron horas, acariciando y
contándole cuentos a su hija. El médico se lamentaba, se sentía triste por no
poder ayudar en nada. La calma permaneció en la sala, hasta que llego Peter…
Aquí: Después de un rato, Erika
ya no tenía de que hacer con la esfera. Le había susurrado, la había frotado,
mojado, pero nada. Se estaba levantando cuando su mano dejó caer la esfera en
el suelo. Una lluvia de trocitos de cristal rojo estaba esparcido por el piso.
La muchacha, que estaba ya de antemano angustiada, se puso a llorar mientras
pensaba juntar el desastre. Pero no pudo hacerlo, porque apenas toco un
pedacito de cristal, cayó en un profundo sueño.
Allí: Se armó un revoltijo, Peter
estaba demasiado histérico como para poder tranquilizarlo. No había palabras
que lograran calmarlo. Parecía un pobre niño perdido y atemorizado, que lo
único que hacia era buscar respuestas que jamás encontraría. En consecuencia,
lo que Peter había entendido al respecto, hizo que se enojara aún más de lo que
estaba, repitiendo “NUNCA DESPERTARÁ, DEJEN DE DARME ESPERANZAS” mientras se
iba corriendo a esconderse en un baño.
Aquí:
-Ehh… ¿Qué es esto? ¿Dónde
estoy?- pensaba Erika.
El lugar donde ahora se
encontraba, era como en una especie de burbuja, rosa pálido, con bellos aromas
y una tenue luz. Comenzaron a introducirse varios recuerdos en su mente; Ella a
los cinco años con su hermano tomados de la mano, ella vestida de dama antigua
en un acto del colegio, ect. Así estuvo varias horas antes de despertar de
nuevo en su lúgubre celda. ¡Estaba de maravilla! Tenía muchísimos datos; tenía
ojos verdes, era muy inteligente, actualmente tenía quince años, amaba la
música y los animales, era alta y pálida, ect. Fue en ese momento en el que se
dio cuenta que estaba lista, así que llamó al demonio, que llegó entre
carcajadas, pensando en que le diría cuando le devolviera la hoja en blanco.
-Toma, aquí debes escribir todo
lo que sepas sobre ti- y le entregó un papel -¡Suerte!- dijo irónicamente y se
marchó.
Ella estaba entusiasmada, a lo
que llenó la primer carilla rápidamente.
-¡LISTOOO!- gritaba contenta la
joven.
-Jajajaja, si, déjame ver…
La cara del demonio se desfiguro
al ver toda la hoja llena de palabras por todos lados.
-Bueno, esta bien- dijo enfadado
–puedes volver- y repentinamente le pegó un martillazo en la cabeza.
Allí:
-¡PETER! ¡PETER!
¡PEEEEEETEEEEEEEER! – exclamaba Camila –¡Está despertando!
Peter llegó en menos de un
parpadeo al lado de la camilla.
-¿Es verdad papá? ¡¿¡¿ES
VERDAD?!?!?- estaba llorando de alegría.
-Oh Erika, mí querida Erika…-
decía Jorge.
Era verdad, estaba despertando, y
ya no sentía el frio de la celda, ni la humedad de las paredes, solo amor y cariño.